Las complicidades Calderón-Nava
En la sobremesa de una cena en un restaurante de Morelia, Michoacán, el 11 de febrero de 2006, Felipe Calderón se sumó a la charla que sosteníamos un grupo de periodistas con miembros de su equipo de campaña, entre ellos Juan Camilo Mouriño, y aproveché para preguntarle sobre su amistad con César Nava Vázquez.
Era apenas la tercera semana de campaña y Mouriño, enterado de que los periodistas estábamos en el restaurante, se hizo presente y desde ahí llamó a Calderón para sumarse al final de una cena con Lázaro Cárdenas Batel, gobernador de Michoacán, de la que llegó con el buen humor de quien ha hecho un provechoso pacto, sabido su odio compartido por Andrés Manuel López Obrador.
Calderón pidió un tequila doble en copa coñaquera y lo apuró cuando en la mesa se trajo a cuento un hecho que dio sentido a ese arreglo: La repentina aparición que hizo el secretario de Gobierno del estado, Enrique Bautista, en la inauguración de la casa de campaña del candidato panista para saludarlo, ya que, según él, pasaba por ahí "por casualidad".
Con la copa en la mano, Calderón se encogió de hombros sobre ese episodio que ratificó Cuauhtémoc Cárdenas cuando aceptó ser empleado de Vicente Fox y lo interrogué entonces sobre Nava Vázquez, a quien --al cabo de tres años-- se aferra en imponer como presidente del PAN, en sustitución de Germán Martínez, su otro dedazo.
"¿Qué los une?", le pregunté subrayando una paradoja familiar e ideológica: El era hijo del notable historiador Luis Calderón Vega, quien renunció al PAN, en 1981, justamente en protesta por la derechización de ese partido derivada de la infiltración de El Yunque, la organización clandestina de la que formaba parte César Nava Miranda, padre de su amigo Nava Vázquez.
"Somos amigos, nada más", respondió con naturalidad, evadiendo también la condición juramentada de Nava, entonces vocero del PAN, y enseguida dio sentido a la paradoja formulada: "Fíjate qué curioso: Su papá despidió al mío, que daba clases en la Vasco de Quiroga".
En efecto, Nava Miranda --quien falleció apenas en mayo-- fundó y dirigió la Universidad Vasco de Quiroga, de Morelia, una institución creada por la Organización Nacional del Yunque que, en 1976, lo impuso como presidente de la Unión Nacional de Padres de Familia mediante un fraude ampliamente documentado y luego presidió en esa entidad la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), organismo controlado por la secta.
Este pasaje revela parte de la personalidad de Calderón, cuya indiferencia sobre la militancia secreta de Nava Vázquez, más que la de su padre --que al fin ni militante panista era--, no se explica por razones ideológicas --hablar de doctrinarios en un partido corrompido es falaz--, sino de pragmático extremo.
Nava ha sido, en efecto, amigo de Calderón durante muchos años, pero en un tipo de amistad con características deleznables: Más que lealtad, servidumbre; más que respeto, incondicionalidad; más que afecto, complicidades; más que cariño, encubrimiento.
En el terreno personal de ambos, a menudo con consecuencias que afectan al interés público, se acrisolan estas características, pero un ejemplo nítido es el cúmulo de contratos que Nava Vázquez otorgó desde sus cargos de abogado general de Pemex, empresa saqueada hasta la náusea, y titular de la Unidad de Asuntos Jurídicos de la Secretaría de Energía, con Calderón.
Tal como lo documenta la reportera Jesusa Cervantes en la edición de Proceso de esta semana, algunos de los contratos asignados por Nava --un granujilla émulo de Diego Fernández de Cevallos-- no sólo resultaron costosos, sino que fueron inútiles por perder los litigios.
Eso es, sobre todo, lo que une a Calderón y Nava, una incondicionalidad confesa desde que, hace dos años, en julio de 2007, le pregunté cuándo renunciaría a la secretaría particular para ser candidato a la presidencia del PAN. "Eso tendrá que decidirlo el presidente".
--¿Cómo?
--Sí. Hay que esperar a lo que decida el presidente.
--¿Te das cuenta de lo que dices?
Nava no captaba.
--¿Subordinas tu decisión a la voluntad de un solo hombre?
--Bueno, formo parte de un equipo.
--Pero ¿quieres ser presidente del PAN?
--Lo decidirá el presidente –ratificó.
Y es lo que sigue pretendiendo Calderón, aun si Nava por su extrema debilidad es sacrificado para, en una maniobra que encubra el dedazo presidencial, lo sustituya Ernesto Ruffo Appel, el primer gobernador del PAN del país y de Baja California, en un proceso que, según encuesta de María de las Heras, 59% lo considera amañado.
Ruffo es producto de la instrucción que Calderón dio a los gobernadores panistas, en una reunión en Los Pinos, el martes 7 de julio, un día después de que Germán Martínez renunció al PAN, justamente después de hablar con quien lo impuso. Calderón les dijo que le propusieran candidatos, y así lo hizo José Guadalupe Osuna, de Baja California.
El 15 de julio, justo el día en que se iniciaba el registro de candidatos del PAN, Ruffo se entrevistó con Calderón en Los Pinos, donde el tiempo y los recursos se utilizan no para gobernar el país, que está al garete, sino el partido oficial, una conducta que debería concitar el repudio general.
Y justamente por eso es que no hay un solo indicador, uno solo, que ofrezca un argumento para contradecir el ya obvio fracaso de Calderón en todos los terrenos del gobierno, tal como se advirtió desde la propia campaña y desde que, a la mala, lo encumbraron los magnates traficantes de influencias.
Ha sido la dejadez de Calderón la que ha generado seis nuevos millones de pobres, casi un millón de desempleados en un año, una inflación que se perfila llegará a dos dígitos y una política de recortes que deja intocados los privilegios de la opulenta burocracia. La crisis es global, pero la ineptitud no viene de fuera.
Por ello, ya que tanto le importa el PAN, que Calderón se separe del cargo que le dio el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) y reemplace a Nava para presidir a su partido y a los miembros del CEN, como su cuñado Juan Ignacio Zavala, que se aferran al presupuesto y a los negocios.
El país, sin duda, ganaría y él, en una de esas, también…
Era apenas la tercera semana de campaña y Mouriño, enterado de que los periodistas estábamos en el restaurante, se hizo presente y desde ahí llamó a Calderón para sumarse al final de una cena con Lázaro Cárdenas Batel, gobernador de Michoacán, de la que llegó con el buen humor de quien ha hecho un provechoso pacto, sabido su odio compartido por Andrés Manuel López Obrador.
Calderón pidió un tequila doble en copa coñaquera y lo apuró cuando en la mesa se trajo a cuento un hecho que dio sentido a ese arreglo: La repentina aparición que hizo el secretario de Gobierno del estado, Enrique Bautista, en la inauguración de la casa de campaña del candidato panista para saludarlo, ya que, según él, pasaba por ahí "por casualidad".
Con la copa en la mano, Calderón se encogió de hombros sobre ese episodio que ratificó Cuauhtémoc Cárdenas cuando aceptó ser empleado de Vicente Fox y lo interrogué entonces sobre Nava Vázquez, a quien --al cabo de tres años-- se aferra en imponer como presidente del PAN, en sustitución de Germán Martínez, su otro dedazo.
"¿Qué los une?", le pregunté subrayando una paradoja familiar e ideológica: El era hijo del notable historiador Luis Calderón Vega, quien renunció al PAN, en 1981, justamente en protesta por la derechización de ese partido derivada de la infiltración de El Yunque, la organización clandestina de la que formaba parte César Nava Miranda, padre de su amigo Nava Vázquez.
"Somos amigos, nada más", respondió con naturalidad, evadiendo también la condición juramentada de Nava, entonces vocero del PAN, y enseguida dio sentido a la paradoja formulada: "Fíjate qué curioso: Su papá despidió al mío, que daba clases en la Vasco de Quiroga".
En efecto, Nava Miranda --quien falleció apenas en mayo-- fundó y dirigió la Universidad Vasco de Quiroga, de Morelia, una institución creada por la Organización Nacional del Yunque que, en 1976, lo impuso como presidente de la Unión Nacional de Padres de Familia mediante un fraude ampliamente documentado y luego presidió en esa entidad la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), organismo controlado por la secta.
Este pasaje revela parte de la personalidad de Calderón, cuya indiferencia sobre la militancia secreta de Nava Vázquez, más que la de su padre --que al fin ni militante panista era--, no se explica por razones ideológicas --hablar de doctrinarios en un partido corrompido es falaz--, sino de pragmático extremo.
Nava ha sido, en efecto, amigo de Calderón durante muchos años, pero en un tipo de amistad con características deleznables: Más que lealtad, servidumbre; más que respeto, incondicionalidad; más que afecto, complicidades; más que cariño, encubrimiento.
En el terreno personal de ambos, a menudo con consecuencias que afectan al interés público, se acrisolan estas características, pero un ejemplo nítido es el cúmulo de contratos que Nava Vázquez otorgó desde sus cargos de abogado general de Pemex, empresa saqueada hasta la náusea, y titular de la Unidad de Asuntos Jurídicos de la Secretaría de Energía, con Calderón.
Tal como lo documenta la reportera Jesusa Cervantes en la edición de Proceso de esta semana, algunos de los contratos asignados por Nava --un granujilla émulo de Diego Fernández de Cevallos-- no sólo resultaron costosos, sino que fueron inútiles por perder los litigios.
Eso es, sobre todo, lo que une a Calderón y Nava, una incondicionalidad confesa desde que, hace dos años, en julio de 2007, le pregunté cuándo renunciaría a la secretaría particular para ser candidato a la presidencia del PAN. "Eso tendrá que decidirlo el presidente".
--¿Cómo?
--Sí. Hay que esperar a lo que decida el presidente.
--¿Te das cuenta de lo que dices?
Nava no captaba.
--¿Subordinas tu decisión a la voluntad de un solo hombre?
--Bueno, formo parte de un equipo.
--Pero ¿quieres ser presidente del PAN?
--Lo decidirá el presidente –ratificó.
Y es lo que sigue pretendiendo Calderón, aun si Nava por su extrema debilidad es sacrificado para, en una maniobra que encubra el dedazo presidencial, lo sustituya Ernesto Ruffo Appel, el primer gobernador del PAN del país y de Baja California, en un proceso que, según encuesta de María de las Heras, 59% lo considera amañado.
Ruffo es producto de la instrucción que Calderón dio a los gobernadores panistas, en una reunión en Los Pinos, el martes 7 de julio, un día después de que Germán Martínez renunció al PAN, justamente después de hablar con quien lo impuso. Calderón les dijo que le propusieran candidatos, y así lo hizo José Guadalupe Osuna, de Baja California.
El 15 de julio, justo el día en que se iniciaba el registro de candidatos del PAN, Ruffo se entrevistó con Calderón en Los Pinos, donde el tiempo y los recursos se utilizan no para gobernar el país, que está al garete, sino el partido oficial, una conducta que debería concitar el repudio general.
Y justamente por eso es que no hay un solo indicador, uno solo, que ofrezca un argumento para contradecir el ya obvio fracaso de Calderón en todos los terrenos del gobierno, tal como se advirtió desde la propia campaña y desde que, a la mala, lo encumbraron los magnates traficantes de influencias.
Ha sido la dejadez de Calderón la que ha generado seis nuevos millones de pobres, casi un millón de desempleados en un año, una inflación que se perfila llegará a dos dígitos y una política de recortes que deja intocados los privilegios de la opulenta burocracia. La crisis es global, pero la ineptitud no viene de fuera.
Por ello, ya que tanto le importa el PAN, que Calderón se separe del cargo que le dio el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) y reemplace a Nava para presidir a su partido y a los miembros del CEN, como su cuñado Juan Ignacio Zavala, que se aferran al presupuesto y a los negocios.
El país, sin duda, ganaría y él, en una de esas, también…
ÁLVARO DELGADO. PROCESO. CARTÓN DE HERNÁNDEZ.
No hay comentarios:
Publicar un comentario