EL AMARGO SPIN DE SALINAS
Portarretrato
Carlos Salinas no va a poder darle la vuelta jamás al rencor que tiene contra Ernesto Zedillo. Le nubla la inteligencia, le ahonda las frustraciones, supura incansablemente el deseo de venganza contra su sucesor, de quien aún cree que para distraer a la opinión pública de la profunda crisis financiera de 1995, lo que Salinas llamó “el error de diciembre”, se dedicó a perseguirlo, a él y a su familia, y a focalizar en ellos las razones de la desgracia económica nacional.
El dolor debe saberle más amargo porque mientras él quedó en las catacumbas del poder mundial, Zedillo, a quien siempre despreció como economista, no deja de estar dentro del exclusivo club de las élites internacionales. Salinas acaba de regresar a México por una temporada, y volvió a la carga contra Zedillo, a quien él mismo encumbró en el poder, con lo que inició paradójicamente su parteaguas político e histórico.
Salinas tuvo que decidirse por Zedillo como sustituto de Luis Donaldo Colosio como candidato del PRI a la Presidencia en 1994, porque su primera opción tras el asesinato, Pedro Aspe, se desvaneció porque ni el líder del PAN, Carlos Castillo Peraza; ni el del PRD, Porfirio Muñoz Ledo, aceptaron un cambio constitucional para permitir que un secretario de Estado fuera candidato a menos de seis meses de la elección.
Las presiones de la estructura priísta llovían sobre Salinas desde el mismo 23 de marzo de 1994, en cuyo crepúsculo asesinaron a Colosio. Luis Echeverría, el ex Presidente al cual más adelante sugeriría hipotéticamente como miembro de la nomen-
klatura que atentó contra su delfín, le sugirió ese mismo día en una visita sorpresa en Los Pinos que optara por Emilio Gamboa, a la sazón secretario de Comunicaciones. El líder del PRI, Fernando Ortiz Arana, intentó adelantársele y comenzó a buscar apoyos en el partido para que él fuera el candidato, pero Salinas, que no lo consideraba parte de su equipo, lo paró. Decidió entonces que el sustituto sería el director de Pemex, Francisco Rojas, pero le hicieron ver que era demasiado pequeño para el cargo. No tuvo remedio. Aceptó la propuesta de su superasesor, José Córdoba, y se inclinó por Zedillo.
Ernesto Zedillo había comenzado el Gobierno de Salinas como secretario de Educación, y cuando el destape, Colosio lo invitó a ser su coordinador de campaña. El maltrato contra Zedillo en el equipo era de antología. Lo humillaban y lo excluían del grupo interno de estrategia; no le daban la agenda del candidato y lo tenían aislado. Sólo Liébano Sáenz, quien era el responsable de la comunicación, lo trataba con respeto. Zedillo iba a ser cambiado por Colosio después de Semana Santa, en un ajuste general que pensaba hacer a su equipo, pero no llegó. Lo mataron. Salinas no lo tenía en su cabeza para el relevo, pues siempre le había tenido desprecio como economista.
Fue la decisión, sin lugar a dudas, que más amarguras le ha causado en la vida, y posiblemente la única de la que lejos de superar, cada vez es más obvio, más grotesco y más violento al subrayarla. En su primera semana pública en México, Salinas ofreció un discurso y varias entrevistas de prensa donde sacó de su chistera un pasaje en la autobiografía del ex secretario del Tesoro de Estados Unidos, Robert Rubin, quien operó el rescate financiero de México en 1995, que deja muy mal parado a Zedillo.
Rubin dice en su libro que una exigencia de Washington era que elevaran las tasas de interés a niveles que el secretario de Hacienda de Zedillo, Guillermo Ortiz, no estaba dispuesto a aceptar. Envió al subsecretario Larry Summers a negociar directamente con Zedillo. Salinas se regodea de que Zedillo recibió instrucciones de un subsecretario, y que acató lo que le dijo. A partir de ello, reiteró su viejo alegato de que el manejo de la crisis provocó que México perdiera el control de su sistema de pagos y perdiera el rumbo de la modernización.
Hábilmente, aprovechando la corta memoria mexicana, Salinas hace de lado puntos importantes en esa historia. Una es que aunque el ex Presidente le echa la culpa de la crisis que produjo quiebre de empresas y patrimonios familiares a Zedillo, el mismo Rubin ha dicho públicamente que el responsable directo de la crisis fue Salinas. La gran parte de los actores mexicanos involucrados en el manejo de las finanzas y la economía mexicana en esa época lo corroboran. El problema estaba a punto de estallar antes de que Zedillo tomara posesión, y el entonces Presidente, cuando le plantearon que habría que mover las bandas y modificar el régimen cambiario en septiembre, dijo: “Si hay que devaluar, yo devalúo”.
El análisis financiero que había hecho el asesor de Zedillo, Luis Téllez, avalado por el presidente del Banco de México, Miguel Mancera, era impecable. La deuda a corto plazo era de 40 mil millones de dólares, de los cuales 75% eran tesobonos. Con un déficit fiscal de 7%, era imposible que aguantara la economía. La devaluación se planteó en la misma biblioteca de la casa de Salinas, donde hoy vuelve a disparar contra Zedillo. Pero Salinas sucumbió. Aspe, el secretario de Hacienda, y arquitecto de los tesobonos –que tenían prendida la economía mexicana con alfileres–, dijo que él no estaba de acuerdo con la devaluación y que renunciaba. Salinas le dijo que no, y le comunicó a Zedillo que él no haría ningún ajuste cambiario, que lo resolviera el siguiente Gobierno.
Diecinueve días después de tomar posesión Zedillo, estalló la crisis que anticipaban. Es a lo que se refiere Rubin cuando responsabiliza a Salinas y excluye a Zedillo de ello. La culpabilidad sobre esa gran crisis es lo que siempre ha querido Salinas borrar de su biografía, tan manchada por la persecución de Zedillo. Y nunca se va a cansar. En esta ocasión trajo en la chistera la imputación de Rubin y la exigencia que se nacionalice la banca, cuyo mensaje interlineado va hacia Banamex. Curioso. En los mismos días de la nueva embestida de Salinas a Zedillo, Citigroup, dueño de Banamex, nombraba a Zedillo como consejero. Ni modo. Los gritos de Salinas no importan allende el Valle de México. Otro golpe más al ego del ex Presidente.
RAYMUNDO RIVAPALACIO.PUBLIMETRO.CARTÓN DE HERNÁNDEZ.
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