IMPUNES PUERCOS
En México a diario se cometen miles de delitos e injusticias desde los peldaños del poder: despojos, estafas, amenazas, asesinatos, secuestros… Aprendemos desde niños dos cosas: el abusivo siempre es más fuerte y a menudo se sale con la suya. El pensamiento criminal campea desde la corrupta médula de quien comete una infracción de tránsito y elude su responsabilidad ofreciendo un roñoso soborno de veinte pesos, hasta el que ordena una masacre. Desde la miseria de los extrarradios hasta lo más selecto de la burguesía y sus barrios limpios y sus revistas de sociales, nos habita una vena de corrupción. Por eso hay sectores de la sociedad mexicana que parecen intocables. Una execrable mezcla de poder político, favores económicos y fanatismo religioso, pero también una suerte de concertación sectorial y defensiva aunque en sus defensas se atropelle lo más elemental de la decencia humana, es lo que apuntala la impunidad de los pederastas en México, particularmente de aquellos que son ministros de culto de la Iglesia católica. La hipocresía y la doble moral son raseros que tasan una de las conductas más odiosas.
Mientras en otros lugares del mundo donde se dio cobijo a depredadores sexuales con sotana, como la arquidiócesis de Massachusetts en Estados Unidos o la comunidad recalcitrantemente católica de Irlanda, hoy se ventilan de frente a la feligresía los crímenes sexuales de sus sacerdotes, en México se sigue procurando la indigna exculpación expedita a pesar de que haya confesiones o irrefutables pruebas en testimonios y documentos o, peor, en flagrancia plena. En México a los padrecitos (y a no pocas monjas, también) se les perdona todo, o casi todo, desde el abuso psicológico hasta el asesinato, y no se diga la depredación sexual perpetrada por sacerdotes, diáconos o seminaristas, porque viven en régimen de excepción jurídica, arropados por poderes fácticos sobre los que el clero, impúdica y contradictoriamente en un régimen de laicismo consagrado en la ley, ejerce no sólo inexplicable influencia, sino control gravoso e ilícito. Es el imperio de la conciencia, esa etérea materia sobre la que el clero, como cualquier integrismo excluyente, clama potestad histórica aunque violente ética y ley. El clero, en arrogancia infinita, se piensa inmune a la ley mexicana.
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En la televisión la curería tiene uno de sus más útiles voceros. Tanto Televisa como tv Azteca, sobre todo esta última, operan en pro de los argumentos de la curia, ya omitiendo las notas de prensa que pueden lesionar la imagen y el “prestigio” del clero, ya exaltando en cambio el discurso conciliador o atenuante cuando al clero no le queda más remedio que encarar las porquerías que cometen sus miembros. Cuando un periodista de la televisión va en contra de esa inercia, se estrella contra la inamovible piedra de la complicidad de sus jefes o de aquellos a los que éstos obedecen: señorones empresarios, príncipes de la Iglesia.
Ya sea un carnicero sexual que ha destrozado la vida y la inocencia a decenas de niños como Nicolás Aguilar, protegido del arzobispado de México y prófugo impune, ya sea el pederasta y estafador que fue Marcial Maciel Degollado, fundador de los Legionarios de Cristo, ya cualquiera de los muchos depredadores sexuales que se esconden en esa o en otras órdenes católicas, ya las monjas que abusan de pupilas casi siempre de extracción muy humilde, a las que mantienen en virtual situación de esclavitud, ya el vicioso cobarde cura jalapeño, dueño de una vasta colección de pornografía infantil, y a pesar de las voces de indignación de gruesos sectores de la población, de valientes ciudadanos y colegas periodistas que han señalado el caudal de mierda que se nos derrama desde ciertos rincones clericales, allí las voces de Lydia Cacho, de Sanjuana Martínez, de Denise Maerker, de Carmen Aristegui, Javier Solórzano, Ciro Gómez Leyva y cualquiera que se ha atrevido a denunciar la porquería que rodea los crímenes sexuales del clero mexicano, y a pesar también y sobre todo de las voces de las víctimas, los grandes depredadores sexuales andan libres, o de pronto se esfuman, o pasan apenas unos cuantos años en una cárcel sin grandes restricciones. Un día simplemente salen libres, sin noticias, sin comentarios acalorados de los conductores de los noticieros. A la sorda. Como suelen hacerse las cosas en este país salpicado de sangre y lodo en los que de esos impunes puercos sólo nos quedan huellas que seguirán siendo abiertas, supurantes heridas sin curación.
JORGE MOCH. CABEZA AL CUBO. LA JORNADA SEMANAL.
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